miércoles, 12 de septiembre de 2018

La "leyenda del Cascamorras y el Caño Valero de Baza" por Antonio Fº Martínez


"Hay que ver toda la vida bregando. Yo no sé qué necesidad tengo de esto ahora. Todavía cuando eran pequeñas pues no había otra que echar las higadillas trabajando para sacarlas adelante, para eso las había parido yo, ¿pero ahora también lo mismo con sus hijos? Yo ya no estoy para estos trotes. 


Mira tú tanta ganas que tenías de jubilarte, ¿para esto? Y además, todavía si se lo agradecieran mínimamente a una, pero qué va, todo es un "abuela dame esto", "abuela cómprame aquello", "abuela vamos pacá", "abuela vamos pallá", y a sacarme los morros con un enfado del copón si no les concedo el caprichico de turno. Si al menos no chillaran ni se pelearan tanto....Lo peor de todo es que soy tonta perdía, que les quiero tanto que no puedo pasar sin ellos.... ni ellos sin mí"

La abuela iba farfullando en una jerga poco audible, mucho menos comprensible, conforme cruzaba el paso de peatones junto a la rotonda del ferrocarril. A su lado, sus nietas y nietos que no paraban de chincharse mutuamente, mientras que a la abuela se la llevaban los demonios. Acaban de salir del parque de la Alameda y subían hacia la casa de la modista de la Cuesta de la Paz, para recoger las faldas de volantes para la Feria de las dos más pequeñas.

- "Abuela, tengo hambre"

- "Abuela, tengo sed"

- "Abuela, estoy mu cansá, no puedo dar ni un paso más"

La retahíla era la misma cada vez que comenzaban a andar, como esa gota de un grifo roto que siempre acaba cayendo, como esa mosca que sigue zumbando en el oído por muchas veces que se la espante con la mano. Pero la abuela iba preparada. Se detuvieron en la sombra de una morera grande, junto al pilar del Caño Valero, y comenzó a sacar paquetes de pan de pipa de aquel bolso mágico en el que llevaba de todo, más parecido al del gato cósmico Doraemon que a cualquier otra cosa.

- "¿Queréis que mientras merendáis os lea una historia del Cascamorras?"-

- "Siiii"- respondieron al unísono; les encantaba que su abuela les contara cuentos e historias.

La abuela se puso sus gafas y sacó de su bolso un pequeño cuaderno

- "Pues resulta que este caño de agua en el que estamos se llama Caño Valero. Toda la vida ha estado justo ahí enfrente, al otro lado de la calle, pero debido a las obras que hicieron hace muchos años lo trasladaron a este lado"

- "Jo abuela, qué rollo ¿No ibas a contar una historia de Cascamorras?"

- "Vaya tela, vaya tela. Mira que no me tenéis ni chispica de paciencia. Que sí, que ya mismo aparece. A ver por dónde iba. Ah, sí, sigo leyendo. Este es el Caño Valero y en él tiene mucho que ver el Cascamorras.

Hace muchos años nuestra fiesta no tenía la popularidad ni el prestigio, ni el seguimiento que tiene ahora. Bueno, es que ahora somos Fiesta de Interés Turístico Internacional, ¡al nivel de las Fallas de Valencia o de los Carnavales de Cádiz! Hace años había mucha menos gente en el Cascamorras, aunque la pasión y la devoción eran la misma o más que ahora.

El año en concreto al que me voy a referir, fue designado para interpretar el papel de Juan Pedernal un albañil llamado Manuel, que era nacido y criado en el barrio de las cuevas de Guadix. Era una persona honrada y trabajadora que no había tenido suerte en los duros años de la posguerra. Varios negocios que había puesto en marcha se habían ido a pique por una razón u otra. Para colmo, cuando por fin comenzaba a levantar cabeza y había logrado casarse con Teresa, su novia de toda la vida, su primer hijo nació con una grave enfermedad. Padre y madre recorrieron todos los médicos y especialistas, hasta en Granada y Jaén. Gastaron todo lo que tenían, mucho más aún, pero nadie lograba sanar a su hijo, que se iba apagando a pasos agigantados, hasta que finalmente murió. A consecuencia de todo ello, su esposa enfermó gravemente y no tardó en llegar su fatal desenlace. Manuel sintió enloquecer, el dolor, la rabia y el rencor se apoderaron de sus entrañas hasta el punto de llevarle a vivir una vida de excesos y abandono; no creía en nada ni en nadie, no se quería ni a sí mismo. Cuando tocó fondo, cuando el infierno se había abierto bajo sus pies, cuando nadie daba ni un duro por su pellejo, ocurrió lo inesperado: un día mientras estaba tirado en la calle saliendo de una sus habituales borracheras, escuchó como una abuela contaba la historia de Cascamorras a sus nietos, y se impresionó sobremanera cuando la Virgen gritó "Ten Piedad". De repente lo vio claro, lo había tenido siempre delante de él, pero el victimismo y el odio tan grande que sentía no le dejaban verlo. Desde ese preciso momento se propuso ser él Cascamorras, como forma de honrar a su mujer y su hijo, como forma también de apaciguar los demonios que le devoraban por dentro.

Y Manuel lo consiguió. Ese 6 de septiembre iba a ser su gran día. En una jornada resplandeciente, el paraje de Las Arrodeas aguardaba su llegada. Pero Manuel no estaba bien, de hecho, él también estaba muy enfermo. "Algo feo en su sangre" le había sentenciado el médico. Tuvo varios desfallecimientos los días previos, que ocultó a todos para que nadie le apartara de su meta. Comenzó la carrera con fiebre, pero a base de corazón y ganas fue superando los primeros tramos. A la altura de la Plaza de Toros tuvo que pararse, no podía más, aunque consiguió seguir corriendo, tambaleándose. Poco antes del paso a nivel de la vía del ferrocarril cayó de bruces; estaba ardiendo por la fiebre y sin fuerzas para levantarse. Cerró los ojos y las lágrimas chorrearon por sus mejillas al sentir que todo acababa en ese momento. De repente, sintió como una mano suave le cogía la cabeza y de daba de beber algo que le supo a gloria. Abrió los ojos y creyó ver ante él a su mujer y a su hijo, que habían venido como ángeles a salvarle. Hay quien cree que fue la mismísima Virgen de la Piedad quien salvó al Cascamorras. Otros sin embargo afirman que fue una vecina del barrio quien acudió en auxilio de aquel desdichado. Sea como fuere, el caso es que Manuel consiguió ponerse en pie y fue llevado en volandas por la comitiva cascamorrera hasta la mismísima Iglesia de la Merced. Una vez en el templo, una vez aseado y vestido con su traje de gala, pidió que lo dejaran solo un momento en el camarín. Se sentó frente a la Piedaica y pudo ver con nitidez junto a su rostro, los de su hijo y su mujer. "Ya voy", les dijo, y murió con la única sonrisa que dibujaron sus labios en los últimos años.

Al año siguiente, por suscripción popular, construyeron un caño de agua en el mismo lugar en el que cayó Manuel, justo por encima de la vía del tren, como homenaje a él y a todos los que interpretan cada año el papel de Cascamorras".

-          Y yo, cada vez que bebo agua aquí, me acuerdo de esta bonita leyenda. ¿Qué os ha parecido la historia? -  La abuela se quitó las gafas y levantó la vista del cuaderno, para comprobar que toda su cuadrilla se había quedado dormida.

0 Comentarios:


¡¿Te gusta este blog?!