viernes, 8 de septiembre de 2017

Relato de homenaje al Cascamorras por Antonio Francisco Martínez,

"La imagen de la Virgen de la Piedad tomaba, inexorablemente, rumbo hacia Guadix en las manos de Torcuato, el Cascamorras"

Ese día la luna salió tarde y el sol despertó demasiado pronto. Se citaron en un romántico encuentro destinado a ser tan apasionado como efímero. Era un día muy especial, no en vano era seis de septiembre en Baza, el día del Cascamorras. Esa jornada en la que uno se pasa trescientos sesenta y cuatro días pensando en ella. La misma que sucede muy deprisa cuando llega, apenas en un suspiro, pero cuyo dulce sabor permanece todo un año.


El viento del norte barrió la ciudad desde primera hora de la mañana. Se empeñó en hacerse notar, y a fe que lo intentó con ganas, pero poco o nada afectó a las familias que subían unidas a "pintar" al Cascamorras, a las peñas de amigos que se juntaban para vivir la carrera en grupo, ni tampoco a la comitiva accitana que llegaba a la ciudad de la Dama encabezada por Torcuato, el elegido por la Hermandad de la Virgen de la Piedad para representar ese año el papel de Juan Pedernal.

El ambiente festivo se extendía por todos los rincones; la emoción y la pasión iban en aumento conforme se acercaban las seis de la tarde.

Llegada la hora de la verdad, con miles de personas expectantes en las curvas de Las Arrodeas y con el Cascamorras llegando puntualmente al lugar de encuentro, el pícaro viento se mostró como jamás antes lo había hecho en estas tierras, envolvió al accitano y lo lanzó a una alocada carrera cuesta abajo, que lo plantó en un abrir y cerrar de ojos en la plaza de la Merced, a las puertas del templo de la Virgen de la Piedad ¡y sin una sola mancha en su indumentaria! 

La maldición se había cumplido sin que nada ni nadie pudiera remediarlo. No había solución, no existía vuelta atrás posible: la imagen de la Virgen de la Piedad tomaba, inexorablemente, rumbo hacia Guadix en las manos de Torcuato, el Cascamorras.

Bien es sabido que las tierras del Altiplano granadino son de las de temperaturas más bajas anualmente, y sin embargo aún se recuerda la gelidez de ese seis de septiembre por ser el día de más frío registrado en siglos. Aunque no sea un dato científico, es más que probable que tamaña frialdad fuese causada por el penar de los corazones de bastetanos y bastetanas al conocer la cascamorrera noticia.

No se decretó el luto oficial ni tampoco hizo falta. Perder la imagen de la patrona fue una lanzada en el alma colectiva de la ciudad, hasta el punto de dejarla en KO técnico. En el recinto ferial se apagó la música, en las calles de Baza reinaba el silencio, en el cielo que cubría la ciudad se acumulaban nubes negras amenazando romperse en mil pedazos de un momento a otro.

A todo esto llegó el día 8, fiesta grande local, la festividad de la Virgen de la Piedad, pero sin Virgen. No hacía falta ser un lince para comprobar que los ánimos de la ciudadanía bastetana no estaban para fiestas, ni para procesiones ni para cabalgatas.

Ese mismo día 8, por la mañana temprano, el sacristán del templo abrió las puertas siguiendo una rutina realizada durante décadas. Y sin embargo nada sería lo mismo. Se dispuso a encender las luces del altar e, instintivamente,  levantó la cabeza. La caída de llaves al suelo, la apertura desmesurada de la boca y el tembleque de piernas, sucedieron al unísono: en su urna acristalada, como siempre, volvía a estar la Virgen de la Piedad.

Cuenta la leyenda que, por milagro divino, la patrona quiso regresar a su casa. Puede que así fuese, aunque yo escuché , y así lo escribo, lo que aún cuentan los corrillos de zagales del barrio de San Juan: como una niña desde su ventana vio al Cascamorras, con lágrimas en sus rostro, devolver de madrugada a la venerada imagen.

Y así fue como se la llevaron, se llevaron a la Virgen de la Piedad.... pero volvió.

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