viernes, 19 de abril de 2019

Texto del pregón oficial de la Semana Santa 2019: "Viernes Santo" por Juan Antonio Díaz Sánchez




“…Entonces las huestes y mesnadas cristianas desenvainaron sus espadas y al grito de ¡Santiago y cierra, España!, se arrojaron valientes y aguerridas en buena lid y cruenta batalla contra las tropas del rey moro. Al alba de la mañana, cuando más comenzaba a brillar el sol, el Apóstol Santiago a lomos de su corcel blanco su espada a relucir sacó, ayudando las tropas de don Ramiro, que por Dios y por España, la batalla ganó”.


Un nuevo amanecer experimentó Baza cuando la mezquita del arrabal de Marçuela fue consagrada en nueva iglesia, la Iglesia de Santiago. Unos muros nazaríes que se tornaron en arte mudéjar. Una Cruz que triunfó sobre la media luna. 

El recuerdo del Apóstol, que es Patrón de España, cuyo Camino emprendemos en peregrinación desde cualquier lugar de Europa hasta el Monte do Gozo pisar y a Santiago de Compostela divisar. Desde cualquier lugar de España hasta la plaza del Obradoiro llegar, en cuyos soportales se oyen algunas notas y acordes de bandurrias, laudes y guitarras, que ponen música a las viejas canciones que canta la tuna compostelana; y por el impresionante Pórtico de la Gloria, que labrara el maestro Mateo, atravesar en dirección al Apóstol Santiago para sí poderlo abrazar. 


En la Plaza de Santiago,
que es mucho barrio,
poco después del alba
al amanecer de un nuevo día,
las puertas de la Gloria se abren
y al mando de su capataz
sale la cofradía.

El paso del Descendimiento,
ese que se talló en los talleres
de los Hijos de José Torres Requena,
entre el pueblo y el viento
se va abriendo, poco a poco, su hueco.

Un resplandeciente sol
abraza a la mañana de Viernes Santo.
Una ilustre cofradía se echa a la calle
siendo su dueña y soberana.

El cuerpo inerte de Cristo,
que José de Arimatea y Nicodemo
están, entre sollozos, descendiendo
de una Cruz santa
coronada para más INRI
con espinas y burla.

La Virgen María Stma. del Rocío,
en sus más dolorosos misterios,
María de Cleofás, María Magdalena
y María de Salomé, entre lágrimas
y con la ayuda de San Juan, 
lo están recibiendo.

Un misterio que sale a procesionar
por las calles de Santiago,
que es el corazón de Baza
y su más bello arrabal,
avanzando sobre su itinerario
al compás de los sones 
de cornetas y tambores
va el Descendimiento sobre
los hombros de sus costaleras
y sus bellos corazones.

Atentos a la Cruz de Guía,
que es su astrolabio,
por la ciudad se va adentrando,
paso a paso,
‘chicotá’ tras ‘chiotá’,
entre medias un descanso
para tomar aliento,
y hacer al cielo 
una ‘levantá’. 

Una tribuna oficial que lo aguarda
al avanzar por la carrera
para hacer Estación de Penitencia.
Y cientos de corazones
batientes en espera
que se hallan en la alameda,
florecida en esta temprana primavera,
para ver como Jesús 
de su Cruz, es descendido y descendiera.


Al alba de la mañana,
una vez amanecido el nuevo día,
la Reina de Santiago 
y titular mariana de una decana cofradía,
sale sobre los hombros de sus costaleros
siguiendo a su bendita Cruz de Guía.

Un cielo estrellado,
que es su techo de palio,
clama piedad para el pueblo.
Y meciéndose al compás
del rachear de la alpargata
con un destino de faja
entre los trinos del jilguero
y el sol bailando su danza. 

Un corazón de Madre
por siete puñales atravesado.
Un manto de duelo bordado
donde se acurrucan los sueños
cofrades de todo un barrio.
Una corona dorada
para la Reina de Santiago.

Baza sabe acompañar a su Madre
en la mañana de Viernes Santo,
como lo hiciera hace setenta años
por ese largo recorrido
que conforma su itinerario. 

Van llenando con su presencia las calles
para ver su bello rostro
de Virgen y “santiaguera” Madre 
entre el bamboleo del frontal de palio.
Mientras los varales se mecen
al compás de los sones 
de una banda que a Granada remedia,
cuyas notas y acordes
se escriben sobre el pentagrama
de sus cofrades corazones. 

Al llegar a la alameda de Cervantes
una alfombra de primavera
rociada por lágrimas de nazarenos,
entre las sombras de los árboles
que se engalanan con sus mejores trajes
para hacer de este emblemático lugar
un marco incomparable.

Una azucena en el campo.
Una rosa en el jardín.
Un nenúfar en el agua.
Un escenario.
Un vergel.
Un relicario.
Un jardín en el Edén.
Una Madre que bendice a sus hijos.
Unos cofrades entregados
a su Reina de Santiago.
La Madre del Amor de los Amores
eres tú Madre mía de los Dolores.


En el barrio de Santiago, que es devoto y fiel, cuán buen bastetano, sabe guardar las tradiciones como nadie. Aquí poseemos una devoción muy especial albergada en el interior del templo dedicado al Apóstol Santo y en el corazón de muchos bastetanos. 

Una penitencial cofradía,
que incorpora en su misterio
en advocación dolorosa de María,
lo que otra hermandad de gloria
le rinde culto en su alegría.

Eres tú, María Santísima del Rocío
presente en el misterio doloroso,
mientras Baza clama con vehemente ‘quejío’
por la muerte de tu Hijo.

Una pena y dolor,
que a tu corazón embargan.
Sólo son mitigadas por el consuelo
al saber que tu Hijo, al tercer día resucitará
y ascenderá al cielo.

Sin embargo en Baza, Andalucía y España,
cuando las campanas a Pentecostés repican
en el campanario, el pináculo y la espadaña,
días antes se ha echado a la calle
una hermandad ‘santiaguera’ y bastetana.

Amanece en Andalucía,
el sol nace entre la marisma
iluminando a la Blanca Paloma
que es estrella, norte y guía.

Bastetanos que se hacen peregrinos,
vestidos de faralao y corto
hacen el divino camino
entre cantos, rezos y alboroto.

Por rumbo, el camino.
En la mar un resplandor.
El Rocío, su destino.
Y en su corazón, amor.

Estrella de Andalucía,
Blanca Paloma y Divina Pastora
cuida de tus rocieros,
que rezan cantando a la Señora
en esta temprana primavera,
a la luz de la aurora.



“Había un hombre llamado José, que era bueno y justo. Era miembro del Consejo de Ancianos (…) Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido sepultado todavía.” (Lc 50,52-54)

El cuerpo de Cristo Yacente
ha sido depositado en el féretro,
que un día, las más sabias manos
tallaron con sus gubias.
Realizando una de las obras maestras
don Esteban Jiménez,
el célebre maestro ebanista bastetano. 

Por las calles de Baza,
que se convierten en esta semana
en la Nueva Jerusalén,
va el entierro de Cristo procesionando.

Sones de capilla se oyen, 
al compás del tambor y la caja,
que a los costaleros marcan el paso
y hacen que enmudezca Baza.

Cuatro ángeles,
uno por cada esquina,
custodian el paso
como si tratara de cuatro centuriones
camino de Palestina.

Cristo Yacente,
en la Semana de Pasión,
es depositado en el féretro
merced a la gracia obtenida de Pilato
por José de Arimatea,
para conseguir del mundo su redención.

Con respeto, duelo y admiración,
te contempla tu bendito pueblo
durante la tarde de Viernes Santo.
Mientras, brilla un claro sol en el cielo,
que apareció tras la tormenta.

Los cristianos sabemos,
que por raro y extraño que nos parezca:
tu muerte es vida.
Pues, como reza nuestro Credo,
Jesús fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos 
y, al tercer día, Resucitó.

Siempre está Jesús presente en la Eucaristía. Por eso, su Agrupación Parroquial quiso erigirse también como Sacramental. De esa forma, rinde culto a Cristo Yacente y a Cristo Presente, Principio y Fin, Alfa y Omega, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero… 

¡Muchas gracias! mi querido amigo y hermano Ramón Rodríguez Carpio por haber abrazado, desde que naciste, la Cruz de Cristo. Por haber tomado el testigo de los que antes te precedieron. Por haber renovado este proyecto. Por haber creído y creer siempre en el mismo. Por haber reunido a una extraordinaria Junta de Gobierno compuesta por buenos cristianos cofrades, comprometidos y leales, dispuestos a trabajar siempre a las órdenes de su Presidente. Sí, tú, mi querido amigo Ramón, que el año pasado sentaste cátedra en este mismo lugar, permíteme que lo diga, aquí, ahora, desde esta bendita tribuna pregonera para que se entere toda la gente, que está en tu destino ser el primer Hermano Mayor de la Muy Noble, Leal y Sacramental Cofradía del Santísimo Cristo Yacente.


Tiene la Semana Santa de Baza
la tierna mirada de tus ojos,
mujer dolorida, afligida Madre,
preciosa Señora, el Barroco te ensalza,
son para ti, el verso y la poesía
porque eres mi preciosa Virgen,
Dolores bendita, Dolores Madre mía.

Madre de los Dolores,
Señora de Baza,
¡silencio, por Dios silencio!
¡qué no se escuche nada más que el tambor!
que sale por la puerta de la colegiata
soberana, entre la luz de la luna
que es fuente de vida y ternura.
Con su manto de estrellas
y un río de lágrimas por el que navegan
los pétalos de las flores blancas.

La media noche ha llegado a Baza,
lo anuncia el reloj de la colegiata
nos lo muestra el negro cielo de la noche
que poco a poco se destapa y engalana
para dar la bienvenida a la madrugada
que con ella sale los Dolores
silente Madre, preciosa Señora,
dueña de nuestros corazones,
¡Reina de Baza!


Y llegados a este punto me gustaría relataros una pequeña historia, como bien saben ustedes soy historiador, y hay pocas cosas en este mundo que me gusten más que el contar historias. ¡Pues bien!

Ésta comienza hace mucho, mucho tiempo, cuando correteaba y jugaba por las calles del centro de Baza un niño pequeño. Este zagal era muy listo, sagaz –avispado que diríamos en nuestra tierra−; pero, sobre todo, era muy, muy observador, se fijaba en todo, prestaba atención a todo y, raramente, se le solía escapar algún detalle. Su curiosidad llegaba a ser, en ocasiones, insaciable y, en otras, ciertamente incómoda debido a las preguntas que éste realizaba sus mayores tan espontáneamente.

Una tarde de primavera, cuando un sol radiante acariciaba los cabellos de aquel niño y los jilgueros aportaban la banda sonora a esta escena, iba paseando de la mano de su abuelo Cecilio por la calle de los Dolores y, cuando llegaron frente a la portada de la iglesia, que estaba en obras, el niño preguntó a su abuelo:

−Abuelo, ¿qué es este edificio tan bonito?−
−El oratorio de San Felipe Neri. –Respondió el anciano bonachón con mucho cariño y ternura. 
−Y esta iglesia, ¿a quién estará dedicada una vez que se termine de construir? –la curiosidad del pequeño era insaciable.
−Pues la intención es que esta iglesia sea dedicada a Nuestra Señora de los Dolores. –Le contestó Cecilio a su nieto un poco sorprendido por las preguntas que le estaba formulando.
−Yo tallaré esa imagen. –Respondió muy seguro de sí mismo el pequeño José de Mora, pues así se llamaba este niño.

Ese mismo niño que, pasados los años, llegó a ser el escultor-imaginero de la corte real de Carlos II el Hechizado, último rey Austria de España, al que le unía un vínculo muy especial y milagroso con la ciudad de Baza y con la Virgen de la Piedad.

Ya es hora de reivindicarlo
el gran imaginero: José de Mora
nació en la ciudad de la Dama.
Y de las gubias de su abuelo Cecilio
nació en su corazón un platónico idilio.

Ya basta de guardárselo,
que todo el mundo lo sabe
ese niño que paseaba agarrado de la mano
era José de Mora: el más ilustre bastetano.

La noche ha cubierto a la ciudad bastetana. Un negro manto, como el de la Dolorosa, cobija a sus hijos y los ilumina con sus miles de estrellas bordadas en hilo de oro. ¡Reluce en mitad del lúgubre cielo! esa luna llena que es tu corona de diadema.

Las manecillas que se pasean por el astrolabio del tiempo, en la majestuosidad del campanario abacial, están próximas a la media noche, ¡ya queda menos! Viernes Santo, el cielo está de luto, las puertas del antiguo oratorio se abren para recibir a las mantillas y nazarenos. Los pabilos de las velas, que se hallan en el interior de los castellanos faroles, aún no han sido prendidos; y en silente comitiva, nazarenos y mantillas, todos vestidos de negro, se dirigen hacia la antigua abadía.

Allí te encuentras, Madre mía, desde el viernes pasado, esperando el día. Primorosamente engalanada, con ese manto de terciopelo bordado en oro y la luz blanca, de rosas y azucenas.

Madre dolorosa,
bella y dulce rosa.
Estás en el cielo,
que es tu Reino.

Reina de los ángeles,
Madre hermosa,
Dolores del silencio,
corazón de siete puñales.

Heridas de dolor,
por mi culpa, 
por mi gran culpa,
por mi yo pecador.

Madre buena,
Madre compasiva,
atiende mi súplica
que es plegaria de perdón
y oración con devoción.

Costaleros de Nuestra Madre de los Dolores tenéis un alto privilegio, una gran responsabilidad, a las órdenes de vuestro capataz, y bajo la protección de Su divino manto, lleváis a Nuestra Madre, en silente procesión, al compás de las baquetas de un ronco tambor, va navegando María sobre los ríos del amor.

Costaleros valientes, 
¡costaleros bastetanos!, 
atentos a vuestro organizador,
César López de Hierro,
que os lleva hacia la Mayor.
A ritmo de tambor 
y en la sobriedad de la noche, 
portáis sobre vuestro corazón 
a la Madre de Dios. 

El astrolabio del tiempo ha llegado a su destino, las campanadas del pináculo han sonado, la media noche ha caído sobre Baza, cubierta por un negro manto de estrellas doradas. 

¡Silencio!, ¡silencio! un quejido de viejas maderas se oye cuando las puertas del longevo  templo se abren. La cruz guía hace su aparición en el atrio de la Iglesia Mayor, los nazarenos, ataviados de negro y con cíngulo dorado, comienzan a salir ordenadamente, con sus faroles encendidos, que iluminan los senderos del camino. Las mantillas austeramente enlutadas, acompañan a Nuestra Madre, con peineta y cetros. Todos atentos a la campana del diputado de tramo, “Juanpe”, ¡vamos!, que hay que iluminar la senda con luciérnagas y estrellas. A veces, tengo la sensación, que las llamas de la cera, son luciérnagas atrapadas en los faroles, presas de los cristales y hierros de castellana forja, ansiosas de escaparse. Sin embargo, se quedan en su onírico presidio porque son la luz que ilumina tu divino camino.

A las doce, a las doce en punto de la noche, a media noche, sale nuestra Madre de los Dolores por las puertas de la abadía. 

¡A la Gloria!, 
¡a la Gloria!, 
¡a la Gloria de Dios y María!

El olor a incienso se mezcla con la fragancia de rosas, jazmines y almendral. En esa noche primaveral, sale a las calles bastetanas la Reina de la ciudad. Los fieles se van sumando al cortejo procesional, poco a poco, lentamente, en el silencio de la noche, como va creciendo la amapola en el campo y en la sierra el romero.

La noche se va adentrando, la oscuridad cerrando, el frío desapareciendo, porque los Dolores de María van navegando por las calles de este pueblo. Al ritmo del ronco tambor, al compás de las baquetas, los costaleros llevan el paso, divino costero, que tintinea con su sobrio andar, a las órdenes de su capataz.

Los costaleros ya van cansados, necesitan una parada, ¡hay que recuperar el aliento! y que mejor lugar para ello que las puertas de tu casa, ese barroco templo, que salomónicas columnas sujetan la portada de su entrada.

Es ya bien entrada la madrugada. Has pasado ya por la Plaza Mayor, y en soberbia tribuna te han rezado, has sido acompañada por el pueblo bastetano. Las puertas del pétreo templo se han abierto para acogerte en su seno. Las campanas del templo han enmudecido en señal de duelo. ¡Madre de los Dolores! no llores más, porque como está escrito, tu Hijo al tercer día de su muerte resucitará. Afligida Madre, las puertas del templo se han cerrado guardando luto y duelo. ¡Silencio!, ¡silencio!..., ¡silencio!



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